Esta semana Dodekachordon quiere rendir un homenaje a una de las voces más excepcionales de la lírica universal del siglo XX: la eximia mezzosoprano potosina, Oralia Domínguez.
El inicio de su gran carrera operística se dio el 28 de agosto de 1945 en el muy joven Palacio de Bellas Artes, con Manon Lescaut de Giacomo Puccini, donde interpretó el pequeño papel de El Músico, en una producción internacional.
El éxito de su presentación en el máximo recinto cultural del país le valió ser considerada para la siguiente temporada de ópera en 1946; así subió a la escena encarnando a Ramiro, el demandante papel travestido en La Finta Giardinera de Wolfgang Amadeus Mozart.
Para 1947 fue considerada para la temporada internacional de ópera de Bellas Artes en dos montajes: La forza del destino y Rigoletto ambas de Giuseppe Verdi.
Ya con una merecida fama como mezzosoprano de grandes alcances, el maestro José Pablo Moncayo, piensa en su timbre para escribir una ópera, cuya protagonista sea Oralia: La mulata de Córdoba, la vieja leyenda de la gitana Soledad, era puesta en escena por el compositor mexicano. Sin lograr colocarse como una ópera popular, la obra destaca por lo demandante del papel principal, que necesita no solo de una voz de enorme control de volumen, sino poseedora de un centro vocal firme y flexible.
Los días 3, 7 y 10 de julio de 1951, llegó la que será su consagración definitiva: Aida de Giuseppe Verdi, al lado de la muy joven María Callas.
El conocimiento que habían tenido diferentes cantantes europeos de su voz le facilitó su llegada al viejo continente, que se dio en abril de 1953 con un recital en el Wigmore Hall de Londres. A esto siguió su presentación en la casa de ópera más importante del mundo: La Scala de Milán el 7 de mayo con una Adriana Lecouvreur, que llevaba como protagonista a la eximia soprano italiana Renata Tebaldi.
Quedémonos con el arte superior y sublime de la gran Oralia Domínguez.