Lee Eclesiastés 12:1–8

Cuando era niño, mi mamá me contó historias sobre mi tío, quien, según ella, hizo todo tipo de hazañas y locuras antes de aceptar a Cristo. No era su intención, y mi tío se horrorizaría al saberlo, pero interpreté estas historias en el sentido de que debía hacer lo que quisiera cuando era joven y que, cuando fuera mayor, podría seguir a Jesús.

Eclesiastés 12 resalta la locura de mi pensamiento. En lugar de esperar hasta que seamos viejos para seguir a Jesús, el Maestro nos dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (v. 1). Cierra con un poema que ilustra el final de la vida con una serie de imágenes extraídas de la naturaleza y la vida cotidiana. Antes de que “lleguen los días malos”, antes de los años en los que no encontremos placer, antes de que nuestros cuerpos comiencen a descomponerse, es entonces cuando debemos buscar al Señor.

El Maestro no quiere decir que no debamos recordar a nuestro Creador al final de la vida; Por supuesto que deberíamos hacerlo. La súplica, más bien es vivir en una relación correcta con Él, durante todos esos días en los que somos tentados a pensar que no necesitamos a Dios porque la vida es muy buena. Nos resulta fácil acudir al Señor en tiempos de crisis, y eso es bueno y correcto. Pero también debemos buscarlo en los buenos tiempos, porque la verdadera vida sólo se encuentra en una relación con Dios. De hecho, incluso los buenos dones que Dios nos da sólo pueden disfrutarse plenamente en el contexto de una relación con Él. Es más, ninguno de nosotros sabe cuándo llegará la muerte; por lo tanto, no debemos, no podemos, esperar hasta el final para volver nuestro corazón hacia el Señor.

• ¿Por qué el Maestro nos dice que recordemos al Señor cuando todavía somos jóvenes, y cómo choca eso con nuestra cultura, que nos dice que “vivamos la vida loca”?

Ora con nosotros

Espíritu Santo, habla a aquellos que no conocen al Señor, pero se han pospuesto mirar las cosas espirituales. Inculca en ellos un sentido de brevedad de vida y urgencia de venir a Dios. “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (Eclesiastés 12:1).

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