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Juan David Betancur Fernandez
elnarradororal@gmail.com
Había una vez un hombre muy rico llamado Angus que vivía en las cercanías del pueblo de Londonderry, en la gran isla esmeralda de Irlanda. Había criado cinco hijo pero cada uno marchó para hacer fortuna en diferentes lugares lejanos.
A los pocos meses de la partida del último de los muchachos, su esposa, la bella Kate, enfermó gravemente y no hubo nada ni nadie que la pudiera salvar
Un día se despertó, se vistió con desgano y luego salió al umbral de la puerta de su casa. Allí adelante se extendían sus tierras. Algunos animales pastaban y la cosecha crecía lentamente.
-Tengo que hacer algo -se dijo mientras miraba el horizonte.
Fue entonces cuando tomó la decisión:
-Haré fortuna -se dijo.
Y así, a los sesenta años, comenzó a trabajar tan fuerte y tan duro como cuando tenía veinte. Se levantaba antes del amanecer y cuando el sol ya se había ocultado él seguía trabajando hasta altas horas de la noche.
Al terminar el año, tenía tanto dinero y tanto trabajo, que ya no le quedaba tiempo ni para dormir.
Así pues, decidió contratar a más hombres para que lo ayudaran en su labor diaria, y se dedicó a criar una sola raza de animales, es decir, a especializarse.
Y eligió las ovejas.
Las ovejas de Angus eran las más gordas, las que proporcionaban mejores lanas y las que tenían más cantidad de crías.
Cuando Angus cumplió los sesenta y tres años era un hombre adinerado.
Pero llegó un día en que las cosas parecieron darse vuelta.
Lo primero que sucedió fue la desaparición de una oveja.
Nadie le prestó la mayor importancia.
Al día siguiente sus hombres le comunicaron la desaparición de otra, y Angus comenzó a mostrarse algo preocupado.
Pero cuando al tercer día consecutivo le dijeron de la desaparición de otra oveja más, la preocupación pasó a ocupar toda su atención.
La cuarta noche Angus no pudo dormir. Algo le decía en su interior que las cosas no andaban bien. Una sensación inexplicable le atenazaba el alma.
Un poco antes del amanecer Angus salió a revisar su rebaño, y luego de contarlo tres veces se percató de que faltaba otra oveja. No había rastros ni huellas. Parecía como si el animal se hubiera esfumado.
Mandó a todos sus hombres a rastrear el terreno, buscando huellas o indicios de algún animal o algún ladrón. Cuando terminaron la búsqueda la respuesta fue rotundamente negativa.
El viejo Angus meditó por algunos instantes y finalmente dijo:
-Prepárense, esta noche todos montarán guardia.
Y así continuó el día, trabajando con las faenas acostumbradas hasta la llegada la noche. Cada uno de los hombres se armó con cuchillos, piedras, hondas y pistolones.
Angus recorrió todo el perímetro saludando a cada uno de sus hombres e instándolos a permanecer despiertos y matar a quien se aproximara a la cerca.
Esa noche no pudo dormir tranquilo, otra vez tenía esa sensación extraña, algo le decía que había una presencia maligna merodeando en el lugar.
-Esta noche yo haré la guardia. Les dijo a todos
Un rato antes del ocaso Angus salió armado con su escopeta y se sorprendió al encontrar a todos sus hombres en la puerta, esperán-dolo.
-No lo dejaremos solo, señor, lo ayudaremos a hacer guardia durante toda la noche.
Angus caminó de un puesto a otro sin dejar de mirar hacia el exterior.
Habían pasado algunas horas desde la medianoche, aún el cielo oscuro estaba plagado de estrellas y la luz del sol todavía no empezaba a asomarse cuando, de pronto, Angus tuvo una extraña sensación, la misma que había tenido la noche anterior: sentía una presencia, algo maligno que caminaba por sus tierr