Cuando el sol del 4 de noviembre despuntó sobre la comunidad de Tres Palos, en el puerto de Acapulco, los vecinos notaron una columna de humo que se elevaba desde la calle Vicente González. El temor era que se tratara de un incendio originado en la Escuela Secundaria Técnica 93, pero lo que sabrían en las horas siguientes les mostraría un panorama inesperado, pero igual de aterrador.
En un estado como Guerrero, donde entre 7 y 10 grupos criminales se disputan el estado y otros 13 brazos armados se pelean lo que queda de Acapulco tras el paso devastador de los huracanes Otis y Jhon, hasta las escuelas son susceptibles de ser víctimas del fuego extorsionador del crimen organizado, que cobra cuotas por cada alumno.
Por la hora, los acapulqueños imaginaron que una jauría de sicarios habrían atacado a la hora de entrada de los estudiantes. O que un improbable cortocircuito hubiera encendido el plantel antes de la primera hora de clases. De inmediato, sonaron los teléfonos en el centro de atención telefónica del número de emergencia 911.
Los reportes oficiales cuentan que los primeros respondientes fueron los bomberos y personal de Protección Civil. Ellos dieron cuenta que la escuela estaba intacta; el hollín que se elevaba por las copas de los árboles salía de dos vehículos en el interior de un domicilio, cuyos habitantes eran bien conocidos por la comunidad de Tres Palos.
Cuando el incendio fue controlado, los bomberos entraron al domicilio y encontraron una escena de horror. Sin ser alcanzados por el fuego, sobre un piso de tierra, yacían apilados los cadáveres de tres mujeres —Elia, Adolfina y Adriana— y dos hombres —Rigoberto y Mauro. Dylan agonizaba con un tiro en la espalda y de camino al hospital falleció de un choque hipovolémico. El saldo final fue de seis asesinados, entre ellos un menor de edad. Y dos sobrevivientes: una niña de 11 años y un joven de 20.
Cuando la Guardia Nacional arribó a la escena del crimen encontró la firma de la maña: más de 25 casquillos con armas calibre 9 y .223 milímetros. Y una explicación: los pistoleros habían incendiado, en un principio, la recámara principal de la casa, pero el techo de plástico se derritió rápidamente y cayó sobre los dos vehículos. Querían también destruir la vivienda. Arrasar con todo.
Los nombres de las víctimas fueron rápidamente conocidos por las autoridades porque se trataba de una familia querida por muchos en Tres Palos, Acapulco: un clan modesto de empresarios restauranteros en la playa Princess conocidos por la venta de cocos.
Un comerciante, de esos pocos que resisten el embate del cambio climático y el crimen organizado en el puerto turístico guerrerense, contó a MVS Noticias que recientemente dos escisiones de los Beltrán Leyva se sacudieron el lodo, salieron de los escombros y reaparecieron en la playa Princess, una de las zonas que más rápido se ha recuperado de la devastación y que atiende a los pocos turistas que llegan a la costa gracias a las extraordinarias inversiones de los empresarios más ricos del puerto y que no han huido.
Ahí, a dueños de negocios de todos tamaños, micro, pequeños y medianos, les anunciaron que se reactivaría el cobro de piso. Que los cárteles y brazos armados también necesitan dinero para pelear sus propias guerras internas y externas. Y que la tregua por el paso de los huracanes había terminado. Empezaría la cobranza con tres opciones: pagar sin chistar, cerrar el negocio o morir entre balas y fuego.
¿La familia de la calle Vicente González en Tres Palos se negó a pagar? Las primeras investigaciones apuntan hacia esa hipótesis. Lo cierto es que su matanza anuncia la temporada de pago de derecho de piso hacia el fin de año. Un invierno duro para Acapulco, después de que las expectativas por el Día de Muertos quedaron cortas y la industria turística reportó pérdidas por 300 millones de pesos.
Un dato ofrecido a este reportero es estremecedor: el crimen organizado en Acapulco ya ha comenzado a exigir para ellos el pago del aguinaldo que corresponde a los trabajadores, quienes seguramente ya han hecho planes sobre qué hacer con ese bono decembrino, su esperanza de sobrevivir al fin de año y las deudas de la cuesta de enero.
Si los aguinaldos de los acapulqueños no van a los bolsillo del crimen organizado de Guerrero, la amenaza es clara: habrá más matanzas como la de Tres Palos.
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